ZACARIES ÀVILA HUGUET

sábado, 07 de diciembre 2024

CATEGORÍA: Biografías

Nació en una familia de agricultores del pueblo de Alforja (Tarragona) el 25 de septiembre de 1910.

Su padre «l’hereu de Ca’n Jinuteta» tuvo 11 hijos de los que Zacaries era el penúltimo. Estudió en la escuela de la localidad, dedicándose después a las faenas del campo.

Su infancia y adolescencia transcurrieron en un ambiente familiar profundamente religioso. En su casa como en muchísimas del agro catalán, después de cenar, la familia reunida rezaba el Santo Rosario; así mismo durante el toque del «Ángelus» se interrumpía toda actividad y con la cabeza descubierta se rezaba el Avemaría.

A los 18 años, murió el padre. A partir de entonces empieza paulatinamente a operarse un cambio en su modo de ser y actuar. Nuevas amistades, nuevo ambiente, la República laica, la falta de los consejos y avisos del padre, las ansias de libertad e independencia a toda sujeción… todo ello son factores negativos que van obrando en su corazón una profunda labor de zapa, y Zacaries va alejándose poco a poco de las prácticas religiosas y del ambiente familiar de su infancia. Su carácter franco y alegre es propicio para dejarse arrastrar por aquel torbellino de despreocupación a cualquier cosa seria.

Pero llega el 18 de julio de 1936.

A él particularmente no le persiguieron; pero aquellas escenas de persecución, de odio, de rapiña, de muerte que vio en su pueblo natal, en su comarca, en la zona roja, empezaron por impresionarle y advertirle de su error. Aquello no. Aquello era demasiado…

Fue movilizado y se incorporó al ejército rojo, partiendo al cabo de poco para el frente de Teruel. Y allí, en el crisol de las trincheras, en las largas horas de guardia, en contacto diario con la muerte, acabó su proceso de recuperación espiritual, y como el hijo pródigo, arrepentido, piensa en la casa paterna, en el ambiente de su infancia, en el rosario familiar, en los avisos y ejemplos de su padre difunto. Piensa en Dios y piensa en la Patria, y ve claramente que allí en aquel ejército rojo no tiene nada que defender: está harto de tanta hoz y martillo.

Su cambio radical no pasa desapercibido; es vigilado de cerca, se censura su correspondencia, se detienen por sospechosos a sus mejores compañeros…

Por fin llega la ocasión esperada; y el 8 de marzo de 1938, con la excusa de irse a lavar el plato y llenar la cantimplora, se pasa a las fuerzas de la España Nacional por el sector de Segura de Baños.

Ingresado en el campo de concentración de San Gregorio en Zaragoza a la espera de los trámites de rigor, a los cuatro días se alista en las filas del Tercio de Requetés de Ntra. Sra. de Montserrat, unidad que ya gozaba de gran prestigio combativo después de la gesta de Codo.

Marcha al frente de Huertahernando (Guadalajara) y en aquella posición de «Marigrande» se incorpora a la sección del alférez Huarte, una de las de más intenso calor familiar. Allí se encuentra con varios paisanos de Alforja, Riudecols, Reus…

Allí se encuentra otra vez en su ambiente, porque se ha encontrado a sí mismo, y allí Zacaries Ávila, vuelve cada día, como antaño en su infancia, a rezar el santo rosario; realiza feliz el cumplimiento pascual y con su bien timbrada voz de bajo canta la «Misa de Angelis» o la de «Pío X» en aquellos pueblos de Castilla, bajo el armonioso sonido de los órganos de fuelle que pulsa con gran maestría el vilafranqués Berdié.

Asimismo, se le considera como uno de los puntales más firmes del orfeón del Tercio que tantos sudores costó y tantos éxitos cosechó bajo la experta batuta del manresano Plá Casasayas durante los períodos de descanso.

Zacaries Ávila participó en la campaña de «La Serena» y en la defensa de Vilalba dels Arcs en el frente del Ebro.

Su buen humor era característico, principalmente durante las pesadas marchas de Extremadura ante los despistes del «Carreteras» y en las charlas nocturnas con los rojos, de posición a posición.

Y aquel buen humor que conservaba en los momentos en que se mascaba el peligro y la muerte, le acompañó hasta el fin.

Poco antes del ataque por «Quatre Camins» el 19 de agosto de 1938, mientras la artillería propia bombardeaba las posiciones rojas y los requetés tenían clavadas en ellas sus miradas por ser el escenario donde al poco rato tendrían que actuar de primerísimos actores, pasó por allí un «moro» vendedor ambulante pregonando sus mercancías…

Zacaries Ávila compró unas latas de «calamares en su tinta» e invitó a sus compañeros a comérselas como despedida porque la «cosa estaba fea» y «solo Dios sabría si podrían volver a probarlos».

En efecto, al recibir la orden de ataque, cuando salía de su trinchera para lanzarse contra las posiciones rojas, una bala se le clavó en el pecho cayendo muerto en brazos de sus compañeros.

[Publicado en Nonell Brú, Salvador, Así eran nuestros muertos, Casulleras (Barcelona 1965)]