RAMON ARISÓ MOIX

sábado, 07 de diciembre 2024

CATEGORÍA: Biografías

De prestigiosa familia de industriales –la firma Arisó tiene una acreditada solera– nació en Barcelona el 11 de septiembre de 1909, siendo el mayor de sus hermanos.

Educado en el aristocrático colegio «Valldemia» de Mataró, regido por los Hermanos Maristas, en cuyas aulas han estudiado tantas señeras figuras de Catalunya, se dedicó después a incrementar la ya pujante industria paterna.

Gran deportista, sentía fuerte atracción por todas las cosas de náutica, siendo un asiduo practicante del remo y la natación.

Sin militar propiamente en ningún partido político, su ideología religiosa, patriótica y social era lo suficientemente clara como para ser perseguido por la revolución roja del 18 de julio.

Su hermano menor desde los primeros días pudo encuadrarse en el Ejército Nacional después de haberse evadido a Francia.

Él, tras confiar sus padres al cuidado de su hermana, intentó marchar a Andorra, pero fue apresado durante aquellas duras caminatas y mandado al frente rojo encuadrado en un batallón de castigo.

En el sector de Huesca, durante uno de los ataques de las tropas Nacionales, se quedó junto con otro compañero escondido en un pajar hasta lograr ser liberado.

Después de los trámites de rigor, ingresó en el Tercio de Montserrat, cuya Compañía de Ametralladoras mandaba su primo, el teniente de Complemento de Caballería Jaume Arisó Moix.

Se incorporó en Riaza el 14 de junio de 1938 participando poco después en la Campaña de Extremadura y en la Batalla del Ebro encuadrado en la Plana Mayor, atendiendo con celo y competencia multitud de servicios.

De su estancia en Extremadura su amigo y compañero Martí de Riquer nos deja anotado en su «diario» el siguiente episodio:

«Horrible calor el de Zorita. Era el 18 de julio de 1938, aniversario del Alzamiento. Imposible salir a la calle; a los pocos pasos entraba una desazón indescriptible, por lo que nos habíamos metido en las casas del lugar. La comida era buena pero solo catábamos la ensalada. El calor nos había quitado el apetito.

A primeras horas de la tarde todos teníamos dolor de cabeza. Tomábamos café; nos daban quinina en cada rancho y, aun así, semanas después, hubo algunos casos de paludismo.

Los preparativos para la ofensiva aumentaban por momentos. Por la carretera circulaban constantemente camiones con piezas de artillería.

A medianoche se dio orden de marcha. Nos echaron a andar y anduvimos hasta la mañana siguiente sin descansar. Llegamos a Villar de Rena; ¡ya estábamos en primera línea! Al llegar, unos se tumbaron en las calles para descansar, otros se bañaban los pies con el primer líquido que hallaron porque el agua escaseaba.

¡Hubo quien lo hizo con la sopa del rancho!

Con Arisó nos fuimos a los parapetos a contemplar como la artillería batía unas montañas próximas que la infantería había de tomar aquel mismo día.

Paró la artillería y mientras un batallón salía para tomar aquellas montañas, nos pusimos a comer. A los pocos minutos nos dieron orden de marchar hacia el «Castillo de la Encomienda». Íbamos de reserva y nos tendimos en un trigal.

Con Arisó pusimos los paineles para la aviación en las esquinas del trigal que ocupaba el Tercio.

Allí estuvimos casi toda la tarde sin necesidad de intervenir en la fácil lucha, volviendo después a Villar de Rena donde pasamos la noche.

Durante ésta y la mañana siguiente llegaron al pueblo algunos heridos en mulos y nuestro Teniente médico y nuestros practicantes, más por compañerismo que por necesidad –pues el servicio sanitario estaba perfectamente atendido– colaboraron en las primeras curas.

A las tres de la tarde el cabo corneta tocó a Batallón. Había llegado la hora de marcha.

El objetivo previsto, como resultado de anteriores acciones, era un extenso avance hacia el Guadiana para que los rojos abandonaran posiciones y pueblos de «La Serena» so pena de quedar encerrados en una gran bolsa.

Aquel mediodía comenzaron a llegar fugitivos de Villanueva: mujeres de caras tostadas por el sol con ojos grandes y bonitos, viejos, hombres de media edad; llegaban en borriquitos hasta Villar de Rena cargados con enseres caseros indispensables o evocadores de un tiempo mejor.

Los requetés les daban agua y chuscos que devoraban con avidez.

Las Compañías de nuestro Tercio partieron a pie al atardecer.

Con Ramón Arisó fuimos en el camión del suministro con toda la impedimenta de la Plana Mayor y los morteros del 81.

El Comandante nos entregó un papel con instrucciones para la ruta.

Obedeciéndolas, ya alejado el Tercio y cargado el camión, partimos por la carretera pasando por el pueblo de Rena, desolado e incendiado por los rojos en su huida, hasta encontrar el camino que conducía al recién tomado «Castillo de la Encomienda».

Íbamos dejando atrás trincheras y fortificaciones que poco antes fueron rojas. Ni un alma en aquellos alrededores. ¿Por dónde había ido el Tercio?

De cuando en cuando encontrábamos camiones volcados, embudos de proyectiles de artillería y aviación, barracas destruidas y campos inmensos carbonizados.

Anochecido, llegamos a la carretera general. Las órdenes que llevábamos con Arisó eran de parar en el kilómetro 12 de aquella carretera que pasaba junto al río Guadiana. Allí teníamos que parar y esperar a nuestras fuerzas con las que pasaríamos el río.

El primer problema que se presentó fue saber dónde estaba el km. 12.

Seguimos la marcha hacia la izquierda. Era ya de noche; los faros iluminaban la cuneta de la carretera y el camión iba despacio a fin de no pasar de largo el mojón. Al fin encontramos uno, pero era ¡el 225!

«Vaya lío», dijo Arisó perplejo. ¿Qué numeración era aquella? La noche era oscura, la carretera desierta, y nosotros sin saber remotamente dónde estaba el campo enemigo, ni si la dirección que llevábamos era buena.

«Esto no me gusta nada», dije a Arisó.» «¿Mas qué hacer?» repuso él. Determinamos seguir adelante. Por fin dimos con una casilla de peones camineros, medio derrumbada. Junto a ella un riachuelo; lo atravesamos sin dificultad y fuimos a parar a un arenal inmenso, algo así como un desierto en donde no había señal alguna de pista ni camino.

La estrella polar indicaba que para encontrar el Guadiana debíamos seguir hacia la izquierda y así lo hicimos.

El camión avanzaba con dificultad por la arena…

Así habíamos recorrido un buen trecho cuando en dirección opuesta oímos un motor y vimos que un coche se nos acercaba.

Paramos el camión e hice señal al vehículo para que se detuviese.

«¿Quiénes sois?» preguntó una voz recia e imperativa.

«¡Requetés del Montserrat!» respondimos al unísono con Arisó.

«¡Pues ya podéis dar media vuelta y seguirnos! Estamos en territorio rojo».

«¡Bufa!» espetó espontáneo nuestro conductor al tiempo que vio cómo bajaba del coche un militar al que le relucían sobre el pecho, merced a los faros de nuestro camión, dos formidables estrellas de ocho puntas.

Con Arisó nos cuadramos al instante, mientras salía de nuestros labios, a dúo, el saludo de rigor: «¡A sus órdenes mi Teniente Coronel!»

«Bien muchachos. Seguramente os ha pasado lo mismo que a mí: habéis atravesado aquel vado tan ridículo sin suponer que era el río Guadiana, el cual todavía no ha sido rebasado por nuestras fuerzas. Volved atrás y seguidme».

Subió al coche y nosotros hicimos lo propio en el camión y dando media vuelta le seguimos.

Arisó corroboraba: «Ya te he dicho que esto no me gustaba nada».

«¡Vaya jugada que nos ha hecho el padre Guadiana!» le respondí.

«Y, ¡mira por dónde hemos vuelto a estar en zona roja!» concluyó Ramón mientras se acomodaba sobre un cajón de municiones.

Rehicimos el camino y repasamos el Guadiana por el mismo sitio.

En la orilla opuesta había ya varios Batallones nuestros que hasta allí habían llegado. Nos presentamos a la media Brigada y nos hicieron pasar allí la noche.

Al despertarnos, ya nuestro Tercio había llegado. Por la mañana atravesamos formalmente el Guadiana y vivaqueamos en la orilla opuesta.

Veíamos no muy lejos Villanueva de la Serena.

Debíamos entrar nosotros los primeros pues nos tocaba ir de vanguardia aquel día. No se oía ni un tiro, ni un cañonazo. El calor era asfixiante. Nos asábamos. Cada hora nos metíamos en el agua que también estaba caliente.

De pronto Arisó me trajo la noticia: «¡Prepárate, nos vamos a Catalunya!»

«¿Ahora?». Me parecía muy raro que estando operando allí nos trasladaran al otro lado de España. Un enlace de la media Brigada, F. Matamala, nos informó que había oído rumores de que los rojos habían atravesado el Ebro y atacaban por Catalunya».

Así fue como el Tercio de Montserrat llegó al escenario de la batalla del Ebro, batalla en la que Ramón Arisó tuvo una eficaz actuación como miembro de la Plana Mayor.

Murió el 4 de noviembre de 1938, cuando ésta estaba ya prácticamente acabada y el Tercio de Montserrat había sido la primera Unidad que había clavado en el río la bandera de España.

Fue un proyectil de artillería que acabó con varios de la Plana Mayor en las inmediaciones de Gandesa.

[Publicado en Nonell Brú, Salvador, Así eran nuestros muertos, Casulleras (Barcelona 1965)]