JOAN AULET MATARÓ
En el solariego «Mas Aulet» de Arbúcies (Girona) nació el 26 de septiembre de 1911.
Su padre, rico agricultor, quiso dar a su hijo único toda la instrucción posible, de aquí que al llegar a la edad escolar se trasladó con la familia a Blanes para que el pequeño Joan pudiese asistir al colegio de los Padres de la Sagrada Familia.
Después hizo el Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Girona, cursando finalmente la carrera de Perito Agrónomo en la Escuela Industrial de Barcelona, cuyo título obtuvo en 1934, poniéndose desde este momento al frente de la explotación agrícola paterna.
De carácter serio, reflexivo y con un gran sentido de la responsabilidad apostólica hacia los demás, pertenecía a la Obra de Ejercicios Espirituales, era el Presidente de la Federació de Joves Cristians –«Fejocistes»– de Arbúcies y Delegado Diocesano de Acción Católica de Girona.
Desde estos puestos desarrolló una gran actividad principalmente de cara a la juventud, prodigando de un modo especial en los días festivos las conferencias y charlas de carácter agrícola y religioso.
Era el prototipo del joven propietario rural catalán instruido, religioso, trabajador, lleno de «seny», que sabía alternar y alternaba indistintamente con la gente del campo y la gente de la ciudad; sin molestarle tratar a los más humildes y sin aturullarse tratando a los más acaudalados; que sentía correr por sus venas toda la inquietud social para llevar al campo las reformas de los avances modernos que lo hicieran más humano, más productivo, más agradable.
Amaba y practicaba el deporte en todo su sentido cristiano, siendo un asiduo esquiador en las pistas de La Molina principalmente durante la época de sus estudios en Barcelona.
También le apasionaban los viajes y el excursionismo y todo lo que le acercaba más al mundo de la naturaleza, en cambio difícilmente resistía encerrarse en una sala de espectáculos.
Un carácter como el de Aulet tenía motivos más que suficientes en aquella época para preocuparse seriamente del porvenir de la Patria. Presentía los avances de la revolución ante la pasividad, desorientación y frivolidad de mucha gente de Catalunya llamada «de orden». A partir principalmente del 18 de julio fue muy perseguido, viéndose obligado a dejar Arbúcies y establecerse en Barcelona, donde un antiguo profesor le proporcionó trabajo para justificar así su estancia en la capital catalana.
Mas todo esto era solo para ganar tiempo y buscar la salida, pues sus ansias estaban en poder luchar en los frentes de la España Nacional.
Con frecuencia decía a sus íntimos: «¡Ya no tenemos Patria! ¡Yo no puedo seguir más aquí; ¡he de ir a ganar la paz, no puedo consentir que me la sirvan en bandeja!».
Cuando lo tuvo todo arreglado para marcharse en una de las expediciones pirenaicas de prófugos, se presentó a su casa de Arbúcies para dar el adiós a sus padres.
Aulet, hijo amantísimo, sentía toda la trascendencia de lo que representaba en aquel momento para él y para sus padres la separación. Como el joven que lleno de rubor se dispone a hacer una declaración amorosa, dijo tímidamente:
«Madre, ¿no le gustaría que me marchara a la España Nacional?» Ésta, abrazándole y mirándole llorosa fijamente a los ojos, intuyó con aquel instinto único de las madres: «¡Hijo mío, si te marchas ya no te volveremos a ver más…!».
«Sí, madre sí»; contestó Aulet con alegría. «Yo confío plenamente en volver, y Dios mediante volveré, seré el primero en entrar en nuestro pueblo con la bandera de la victoria…».
Mas viendo el llanto en los ojos de su madre y la cara seria de su padre ya achacoso, acobardado por aquellos tristes acontecimientos, prosiguió cariñosamente, como iluminado:
«Bueno, y si Dios permite que no vuelva… ¡pronto nos volveremos a ver en el cielo! porque quién quiere salvar la vida la perderá, ¡más quién da la vida por Cristo la salvará eternamente…!».
Y con estos sentimientos, marchó a la Cruzada.
Al llegar a Francia el 18 de octubre 1937 escribió al gran amigo de su familia don Juan Garolera, el dueño del Hotel Mont-Thabor de París, pidiéndole si podía contar con su colaboración para remitir a sus padres las cartas que les escribiría desde la España Nacional.
Llegado a ésta ingresó en el Tercio de Requetés de Ntra. Sra. De Montserrat, donde encontró a tantos y tan viejos amigos.
Por sus exquisitas cualidades, puestas pronto de manifiesto, fue promovido a cabo y destinado a la 2.ª Compañía bajo las órdenes de su gran amigo y compañero en el Consejo Diocesano de la F. J. C., la Acción Católica de Girona, el sargento Palahí y de aquel gran corazón y gran navarro, el malogrado alférez José E. Huarte.
Participó, pues, en la reorganización del Tercio después de Codo, en Torres de Berrellén y Mazarete. Fue de los más entusiastas colaboradores que Jaume Amat encontró desde el primer momento para montar los cuadros de la Acción Católica en las filas del Tercio de Montserrat.
En el frente de Huertahernando (Guadalajara), donde las compañías estaban distribuidas por las distintas «posiciones» que rodeaban al pueblo, a partir del frustrado ataque rojo del mes de marzo hubo necesidad de multiplicar las «posiciones», incluso sin oficiales. Una de éstas se montó bajo el mando del tándem sargento Palahícabo Aulet. En ella, «Valperal» se llamaba, fue entronizada una estampa de la «Moreneta» y declarada como «Capitana» unánimemente por aquel puñado de bravos requetés.
Allí, como en otras posiciones, además de las guardias y servicios nocturnos de vigilancia, se celebraban círculos de estudio y se rezaba comunitariamente.
De esta posición nos ha quedado la siguiente descripción de su «Mes de María» mandada por su delegado de Acción Católica a la Unión Diocesana de Zaragoza, a la que el Centro de Vanguardia del Tercio de Montserrat pertenecía, y que rezuma aún después de tantos años todo el perfume religioso de la Cruzada:
«Estamos todos en una gran chabola. Nos preside una estampa de la Virgen de Montserrat, pegada a una madera a modo de cuadro. Dos troncos empotrados en las piedras de la rústica pared sostienen la tapa de un cajón de municiones que sirve de altar. Unos botes vacíos de leche condesada son los jarrones que contienen flores silvestres renovadas diariamente y recogidas por los muchachos en el campo. A ellos se unen profusión de velas, a cuya compra todos contribuyen con sus ahorros.
Cada día al anochecer, antes de montar la guardia, nos reunimos ante el altar de la Virgen y después de rezar el Rosario, practicamos el Mes de María, cantando el «Venid y vamos todos», las Avemarías, la Salve y el «Virolai». Creed que resulta emotivo rezar a la Virgen mirando a la zona marxista, donde la furia de la persecución religiosa le ha destrozado todos los altares».
Joan Aulet finalmente, después de haber participado en la campaña del valle de La Serena, en Extremadura, llegó al frente del Ebro.
Como todos los requetés del «Montserrat» llegaba lleno de ilusión y bravura, pues luchando en el frente de Catalunya, le parecía que contribuía más eficaz y personalmente a la liberación de su tierra, de su pueblo y de su hogar.
Mas había hecho ofrenda a Dios de su vida por el bien de los demás y Dios se la aceptó complacido para trasplantarla amorosamente como una bella flor al eterno vergel.
Madrugada del 30 de julio de 1938. El Tercio de Montserrat ha entrado en línea durante la noche, a la derecha del pueblo de Vilalba dels Arcs, en dirección a Gandesa. Con las primeras luces del día empieza el gran ataque rojo con la consigna de entrar en Vilalba cueste lo que cueste, tras el breve descanso que siguió a la euforia del paso del río.
La 2.ª Compañía va de reserva, mas al poco rato recibe orden de entrar en acción. Llega un enlace comunicando al alférez Huarte que recupere con su sección la posición del 5.° Tabor de Regulares que ha sucumbido al empuje de los rojos, amenazando con ello todo el flanco derecho de la defensa.
Al instante de ponerse en marcha es tal la lluvia de balas, que muere el alférez y quedan gravemente heridos los dos sargentos Palahí y Gassó. Entonces es el cabo Joan Aulet quien sin perder la serenidad se pone al frente de la Sección e inicia, decidido, el contrataque. Las grandes dotes de mando del Presidente de los «Fejocistas» de Arbúcies se ponen de manifiesto una vez más. Parece un jefe legionario, abriéndose paso a bombas de mano, con un desprecio absoluto de la vida; dos alféreces de la 4.ª Compañía, advertidos también del peligro, le siguen a poca distancia con un puñado de requetés.
Pero el cabo Aulet, mandando a su Sección, será el primero en coronar la cima del «Faristol» después de haberla barrido de ocupantes. Allí llega triunfante y allí muere gloriosamente, con el corazón –aquel gran corazón– atravesado.
El cabo Joan Aulet Mataró, el héroe anónimo que aquel día salvó al Tercio de Montserrat del peligro de cerco, con todas sus consecuencias, se merecía algo más que el silencio incomprensible, mientras la citación honrosa en el parte y la condecoración se la regalaron a otros de más categoría.
Y una vez más se hizo realidad aquella ordenanza del Requeté: «¡Ante Dios, nunca serás héroe anónimo!».
[Publicado en Nonell Brú, Salvador, Así eran nuestros muertos, Casulleras (Barcelona 1965)]
